DERECHOS DE AUTOR

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Los escritos que aquí se encuentran están protegidos por Creative Commons (Derechos de autor). La copia parcial y/o total de este material, sin que se cite la fuente y su autora, será motivo de denuncia.

sábado, 6 de agosto de 2011

El tiempo de la libélula (VII)

 POR CONNIE MARCHANTE


Condujo a toda prisa, presa de la preocupación y de un ataque inexplicable de nervios. No le había llamado en todo el día, ni un solo mensaje al móvil, nada. Esperaba encontrarse con un enfrentamiento con su novio, seguro que le pediría una explicación a tantas horas de ausencia y, sobre todo, por no haber dado señales de vida. Señales de vida, qué curioso, pensaba, ya que todavía sería capaz de darlas, gracias a que Adela decidió que finalmente no era un buen día para suicidarse. Sofía habría cumplido con los deseos de Adela en aquel momento, a pesar de que ahora, dentro de su coche y con la imagen de Álvaro en su mente, de su enfado y sus exigencias, jamás le habría dado crédito a las locuras de su amiga. En ese momento se hubiera reído en su cara y la habría llamado loca. Porque en el fondo, o no tan en el fondo, Sofía pensaba que Adela padecía algún tipo de trastorno psicológico, que la convertía en el ser fascinante y carismático que era. Le costaba pensar con claridad y se esforzaba por articular una explicación coherente para Álvaro, de por qué tanta tardanza. Ella lo habría exigido de estar en su lugar, sin duda. Cuando llegó a casa, Álvaro estaba sentado en su sofá –el que habían comprado los dos en una feria del mueble hacía quince días- mirándola sonriente, como cada vez que la veía entrar por la puerta. Sofía no pudo evitar sentirse culpable en aquel momento. No había contado con él para nada. Toda su frustración y su desilusión giraban en torno a ella y sus propias circunstancias. Se había sumado a la descabellada propuesta de Adela porque su situación económica, su estabilidad y sus planes, los de ella solamente, se tambaleaban y anunciaban derrumbarse, como un castillo de naipes demasiado alto, amenazado por un golpe de brisa, de mala suerte en este caso.

-          Cariño –comenzó Álvaro- ¿dónde has estado? Te estuve llamando varias veces y no respondías –su tono no era de reproche, ni siquiera había un atisbo de enojo en su voz, siempre suave y comedida-. Ya estaba preocupado, no sabía si llamar a tu madre.
-          No lo has hecho, ¿verdad? –Sofía era demasiado orgullosa como para admitir sus preocupaciones hacía unos escasos minutos dentro del coche. Demasiado fría como para comenzar con una disculpa a Álvaro. Dejó el bolso en el perchero que tenían en la entrada y se encaminó a la habitación para quitarse la ropa y ponerse su pijama. Miró de reojo el reloj que adornaba una de las mesitas de noche y vio que eran más de las doce. Al regresar, Álvaro estaba con la misma actitud cariñosa y condescendiente de siempre.
-          No, pensé que si no estabas en su casa se asustaría y sería peor. Ya conozco suficiente a tu madre, mi vida. – Sonrió. Desde luego, no estaba nada molesto y, lejos de tranquilizar a Sofía, la no-reacción de Álvaro le causaba cierta rabia y resquemor, instalados de forma silenciosa, para no llamar demasiado la atención, en lo más profundo de sus entrañas.
-          Estuve en casa de Amaya, cariño. En realidad estuve con todas las chicas y a Adela se le ocurrió ir a casa de Amaya. Ya sabes que tiene un balcón precioso y bueno, -Sofía estaba acostumbrada a darle falsas excusas a su pareja- finalmente Amaya nos invitó a cenar y a mí ni se me pasó por la cabeza avisarte. Supongo que todo fue tan inesperado y surgió tan de improviso que no me acordé. Lo siento mucho, no quise preocuparte.
-          Bueno, cariño, intenta dejar aunque sea una nota la próxima vez. ¿Te imaginas si tu madre te hubiera llamado a casa y al móvil en vez de haber sido yo? Ahora estaría llamándome desesperada porque su hija habría desaparecido. –La imagen que había formado en su cabeza parecía divertirle un poco.
-          La verdad –admití- es que ni siquiera me lo había planteado.
-          Ese es el problema -concluyó con un tono algo más serio que el resto de la conversación-. Mucho mejor nos iría si nos planteáramos más a menudo las cosas.

Un beso sencillo y suave zanjó la cuestión. Plantearnos las cosas. Medir las consecuencias de nuestros actos. Meditar las propias decisiones y contar con lo que éstas puedan afectar a los demás. Demasiado fácil. Con Álvaro las cosas siempre resultaban demasiado simples. Se fueron a la cama con los ánimos justos para darse las buenas noches y recostarse a dormir, cada uno mirando hacia un lado de la cama. Al día siguiente Álvaro debía levantarse a las cinco y media de la mañana para ir al aeropuerto. Sus viajes de negocios formaban ya parte de su rutina y tampoco es que le desagradaran a Sofía. Le daban mayor libertad de movimientos, la mantenían independiente de algún modo.
En el apartamento de Amaya, desde el otro lado de la ciudad, la noche no había finalizado para el resto de las chicas. Desde que se fuera Sofía a toda prisa, habían tenido tiempo para recoger la mesa y sentarse un rato más en el balcón, esta vez con Víctor. El muchacho todavía parecía estar allí de prestado, sin duda por la tensa situación en que lo había situado su prima. Adela se recostó en un anticuado diván que Amaya guardaba en su habitación. Era una antigua costumbre que Adela lo buscara sin pedir permiso y lo colocara allí, medio empotrado entre las madreselvas. Le gustaba fumar allí, recostada y sintiendo la brisa contaminada de una ciudad como Alicante. Se sentía en paz consigo misma en aquellos momentos, como si el ruido de los coches y las luces confundieran sus sentidos y no la dejaran atender a sus propios sonidos, los de su mente siempre funcionando. Encendió el primer cigarrillo de la noche cuando, al darle la primera calada, se topó con la mirada sorprendida de Víctor. Molesta por las silenciosas acusaciones, no le retiró la mirada, desafiante como era.

-No sabía que fumabas –se justificó el joven al comprobar que era evidente su cara de sorpresa, aunque también podía serla de decepción.
-Sí –contestó Adela, obviando las miradas cómplices de las demás, sobre todo de Ruth, que no perdía un solo detalle de lo que allí pudiera ocurrir-, lo he intentado dejar miles de veces, pero, ya ves.

Nadie dijo más al respecto. No era un tema interesante para el resto, ni siquiera para la propia Adela. Desde comienzos de año se había aprobado la ley anti-tabaco que prohibía fumar en todos los establecimientos públicos, en los bares, cafeterías, en todas partes. Los fumadores se habían  transformado en unos apestados sociales, un motivo más para sentirse arrinconada, puede que hasta censurada. “Me han convertido en un prototipo de sujeto maldito –bromeaba con Ruth de vez en cuando-. Pienso demasiado, critico demasiado, fumo demasiado y, por supuesto, no termino de conformarme. Deberían prohibirme”.
Aquella noche, milagrosamente –o tal vez para alumbrar los pensamientos de los que se encontraban en aquel balcón- se podían ver algunas estrellas, más allá de los edificios y las chimeneas de fábricas y de las luces de neón. Adela las señaló, como haciendo un hermoso descubrimiento del que todavía nadie se había percatado. Volvía a ser ella misma, volvía a delirar, a dejarse llevar por sus ideas, que ahora volvían a mecerla y consolarla.

-Lejos de las leyes y de los miedos –dijo-, unas cuantas estrellas lucen su resplandor sin importarles nada ni nadie. Miradlas, como se recogijan de no tener que estar aquí con nosotros, tan patéticos todos –Víctor volvió a mirarla, esta vez con un aire de reprobación, pero no se atrevió a contrariarla, mucho menos a interrumpir sus discursos, que comenzaban a interesarle de alguna manera, aunque sin razón todavía-. Acompañadas las unas de las otras en apariencia, cercanas, amigas; sin embargo, en realidad se mantienen apartadas a millones de kilómetros de distancia las unas de las otras. Están mucho más solas de lo que jamás podremos estar nosotros y, sin embargo, no les importa. Tal vez porque jamás se den cuenta, porque ellas no lo saben.

En ocasiones nadie sabía a dónde quería llegar Adela con sus palabras, con tantas teorías a medias, con sus extravagantes imágenes y retorcidas metáforas. Incluso Amaya, que la conocía íntimamente, se perdía a veces en las disquisiciones fantasiosas de su amiga. Aquella noche Adela no había cumplido con sus propósitos, pero eso tampoco resultaba una novedad. Adela jamás terminaba sus proyectos, era algo muy propio de ella y a nadie le sorprendía ya.

- Voy a dejarlo –cortó su propia disertación, tal vez porque ni a ella la estaba conduciendo a ningún lado. O porque ya había llegado a su destino. Miró el cigarro y lo lanzó por el balcón, sin importarle quién pudiera recibirlo allá abajo, en las profundidades de las calles alicantinas-. Esta vez lo digo en serio. Esta noche ha sido la última. Estoy cansada de sentirme una apestada. Estoy cansada de estar a millones de kilómetros, a pesar de parecer estar aquí al lado, rodeada de vosotros, de los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario