DERECHOS DE AUTOR

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Los escritos que aquí se encuentran están protegidos por Creative Commons (Derechos de autor). La copia parcial y/o total de este material, sin que se cite la fuente y su autora, será motivo de denuncia.

domingo, 31 de octubre de 2010

Halloween

El viento de aquella noche del 31 de octubre te envolvía hasta revolver toda tu ropa de un modo, más que juguetón, perverso. Mientras caminaba penosamente por las calles, a tropiezos con la ventisca -que me zarandeaba de un lado a otro- agradecí por un momento el haber decidido no colocarme aquella ridícula sábana de fantasma hasta poder cambiarme de atuendo cómodamente, una vez dentro del local donde se realizaría la fiesta a la que estaba invitada. Los jóvenes cargados de bolsas de dulces y disfraces luchaban contra las ráfagas furiosas, que se empeñaban en arrebatarles las máscaras, sombreros y pelucas, resultando muchas veces derrotados en el intento.
La joven vestida de la Bruja del Oeste caminaba con dificultad en dirección contraria al viento. Reconocí su disfraz por las medias de rayas de colores y los famosos chapines de rubíes (unos preciosos zapatos de un rojo brillante) que en la película heredó la joven actriz Judy Garland. La muchacha miraba hacia el suelo porque la maraña que había formado su peluca no le permitía permanecer con la cabeza erguida durante mucho tiempo.
Me quedé observando la escena desde la esquina que debía doblar para llegar a mi destino. Me detuve y decidí ser testigo casual de aquel extraño fenómeno metereológico. Se estaba formando una especie de torbellino en plena calle, sin duda algo formidable. Algunos de los chicos sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a grabar el pequeño tornado, que se dirigía -como si el viento tuviese voluntad- a la Bruja del Oeste.
No pude avisarle; un grito de desesperación y auxilio se quedó ahogado en mi garganta. Quién se iba a imaginar que sobre la joven caería una vieja y destartalada caseta de madera, que había salido disparada por efecto del tifón, y que una historia increíble e inesperada comenzaría de nuevo. No pude evitar el desastre, pero sí había algo que todavía podría hacer. Salí corriendo en dirección al fatídico acciente. Aún podía apoderarme de los chapines de rubíes.

martes, 26 de octubre de 2010

PUDOR

La streaper de aquel club de carretera detuvo su espectáculo justo antes de desprenderse de la última prenda, la más íntima, la que la habría desnudado por completo.

-Disculpen que no les enseñe qué hay más abajo; no me dio tiempo a maquillarme el corazón.

Los espectadores estupefactos -aves carroñeras sin el festín esperado-, miraron con desprecio aquel repentino ataque de pudor.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Y ahora... el camino

Hemos llegado al final del trayecto, tú lo sabes pero sigues mirando al frente como si aún nos quedara tiempo para algo más que no sea despedirnos. Ya no hay razones para continuar. Casi siempre estuve dos pasos por detrás de ti; creerás que fue duro apoyarte, escucharte, animarte, admirarte, amarte… no lo fue tanto, fue más fácil hacerlo en silencio, gritártelo por escrito calladamente. Durante el viaje aprendí a mirar y sentir… tal vez lo hice siempre sola.
 No tienes por qué despedirte, en realidad sé que no lo harás. Me mirarás como siempre y pensarás que nada ha cambiado, que sigo siendo la misma. Sin embargo, detrás de ese muro que vemos cada día más cercano todo será distinto desde ahora. Me hubiera gustado que me dijeras que me extrañarás, que será difícil volver a caminar y no verme  al lado, que mis tonterías te hacían sonreír y que nadie más podrá lograrlo de la misma manera.
 Me gustaría, pero no lo harás. Te quedarás callado como haces siempre conmigo. Mantendrás tu distancia y será por mi bien.
 Sin embargo, apenas habrá una lágrima por ti esta vez. El camino fue largo y aprendí demasiado. Mientras te alejas, yo pondré todos los sueños que tuve contigo y todos los besos que guardaba pacientes en una cajita y los enterraré a las orillas de este sendero que ya se acaba… los enterraré para no llevarlos ya nunca más conmigo.

Y ahora... ¿qué?

Mírala, se está alejando…
 
 Siempre quise que se fuera en realidad. ¡Cuántas veces no la eché de mi vida! Me porté mal con ella, la humillaba, me burlaba de ella, la quería lejos de mi vista, de todos mis sentidos… Y por fin ha sucedido... Pero qué extraño que no mire atrás, que no vuelva la vista para ver si me arrepiento y le pido que regrese, que fue una tontería de las mías, una bronca sinsentido más de las nuestras…
 
 Camina con sus tacones casi recién estrenados. Cuando la conocía apenas sabía mantenerse con cierta normalidad en ellos. En verdad ha pasado el tiempo, ¿habré cambiado tanto como ella? Sus cabellos son más largos y su piel más blanca, también aprendió a sonreír; antes apenas lo hacía.
 
 Parece que sí, que va a girar la cabeza… No, tan sólo lo imaginé, ahora cada vez es más pequeña. Aún no comprendo como puede caminar cargando esa maleta y con tacones… cuántos años han pasado ya y yo apenas hoy me doy cuenta.
 
 Debería sentirme feliz, ¡¡¡por fin lo logré!!! Me deshice de ella, la que tanto me amaba, la que confiaba en mí, la que escuchaba atenta cada una de mis palabras, la que me admiraba, la que tenía fe, la que soñaba, la que lloró tantas veces, la que permaneció esperando mientras yo la echaba una y otra vez… la que por fin me hizo caso. Ahora es un punto diminuto en un horizonte que apenas conozco. Ahora ya estoy solo.
 
 Y ahora… ¿qué?
 

Despedida

 Amenaza el amanecer con rayar el cristal de mi ventana con el naranja nuevo de cada día. De espaldas a la luz, recortando tu silueta de negro y azul, recoges la blusa del suelo y con calma comienzas a abotonarla, ciñendo la seda a tu cuerpo. Me sorprende la transparencia de tu carne, tan ajena, habiéndola probado hace tan sólo unas horas. Te peinas los cabellos con la punta de tus dedos, agarras tus grandes gafas de sol y tus tacones -que decides no ponerte todavía- y te alejas de mi cama y de mi cuerpo apresurada, sin tiempo para una despedida.
 Me hubiera encantado decirte algo mientras desaparecías; sin embargo, mis labios quedaron sellados y secos, mi sangre, antes salvaje y burbujeante por el deseo, permaneció quieta y helada como en un inabarcable estanque.
Me queda el consuelo de que mis pupilas, clavadas fijamente en tus últimos pasos a la puerta y ya por siempre abiertas quedarán, por un tiempo indeterminado, en tu memoria.

Oscuro deseo


OSCURO DESEO

Tal vez fue culpa de aquella noche vestida de lentejuelas, joven y salvaje como ninguna otra, o simplemente fue cosa del alcohol. Cuando llegamos a aquel bar, pequeño y oscuro, lejano de cualquier mundo o universo conocido por nosotros, ya habíamos tomado las copas suficientes como para haber dado aquella velada por bien empleada. Quizá debimos marcharnos cuando estábamos a tiempo, pero inexplicablemente la luna llena nos perseguía por las calles dondequiera que fuéramos y nos acompañó hasta la misma puerta de aquel tugurio, con un brillo que yo achacaba sin dudas a la preocupación que tenía de que no nos perdiéramos por el camino.
Aquel lugar estaba lleno de gente –al menos eso quise pensar, que se trataba de personas– a la que era imposible adivinar su rostro debido a la oscuridad manchada de humo y algunos destellos provenientes de unas lámparas fosforescentes que decoraban el minúsculo techo. Mientras avanzaba me dio por pensar que si el techo pecaba de brevedad muy seguramente el suelo compartía con él aquella maldad en cuanto a su medida.
Nos pedimos la última copa –no sé por qué la llamamos así cuando sabíamos perfectamente que detrás de una vendría otra nueva, fresca y rebosante– y nos dirigimos al primer rincón medio disponible que encontramos. Una especie de sofá en esquina, manchado por todo tipo de sustancias inimaginables para mí en aquel momento, surgió casi de la nada, como si alguien lo hubiera estado reservando para nosotros. Nadando en un mar de oscurísima incertidumbre, finalmente nos sentamos agarrando las copas como si se tratase de nuestras almas embotelladas en colores brillantes; el efecto de las débiles luces fosforescentes sobre los líquidos era tan inquietante como hermoso.
No tardé mucho en dejarme envolver por aquella música ruidosa con aires de los setenta y ochenta que inundaba, violentamente en ocasiones, los resquicios del bar. La gente que había decidido permanecer de pie para bailar ondulaba como una gran marea negra, peligrosa e inexplicablemente bella, tal vez por lo desconocida. De vez en cuando tenía que cerrar los ojos por el ligero mareo que aquellas olas humanas producían en mi ánimo; escuchaba las voces de mis amigos, unas veces lejanas, otras como si únicamente existieran dentro de mi cabeza. Por un momento sentí una especie de aleteo de insecto, como de una polilla se tratara; sensaciones finísimas, casi imperceptibles para alguien que estuviera sobrio, acariciaban uno de mis muslos haciendo estremecer mi piel sin apenas poder controlarlo. Tuve que concentrarme plenamente en mi sentido del tacto para darme cuenta de que alguien comenzaba a acariciarme la pierna y se acercaba al borde de mi minifalda.
Me quedé en silencio. Seguramente hubiera sido mejor reaccionar, buscar la mano que invadía tan lentamente aquella zona cada vez más delicada de mi cuerpo, levantarme y salir corriendo de aquella situación, qué sé yo, pero en vez de eso permanecí callada y quieta, deseando desde lo más profundo de mis entrañas averiguar hasta dónde sería capaz de llegar aquella piel suave que había comenzado a deshacerme, como si me hubiera convertido de repente en una estatua de sal.
Pronto pude percibir con claridad –como si pudiera verlos con la misma claridad del día– los cinco dedos que se deslizaban, como jugando unos con otros al escondite, buscando meterse debajo de la sorprendida tela que había sido invadida sin previo aviso. Tragué saliva y sentí que apenas podía despegar mis labios sin soltar un suspiro, una exhalación. Contagiándome de un oscuro deseo me convertí en humedad, en agua, en mar vibrante. Mi cuerpo entero quería reaccionar ante aquel ataque pero algo seguía manteniéndome sentada en el sofá; seguía desarrollando cada vez con más intensidad cada uno de mis sentidos pero mis ojos luchaban por cerrarse, tal vez como señal de entrega al momento más inesperado y a la vez tentador de la noche, de aquellos pasos buscando refugio bajo una luna mágica, la que fue nuestra guía traicionera.
Su mano –¿la mano de quién? no alcanzaba a distinguir nada a través del humo, de la oscuridad, de la marea, del alcohol…– rozaba ya mi ropa interior cuando, presa por un repentino fogonazo de lucidez que me anunciaba con pánico el escándalo público, no pude más que susurrar; luchando porque mis palabras pudieran ser comprendidas más allá de la música pero únicamente a los oídos del dueño de mi deseo, un débil e inoportuno “No, aquí no…”. Sin embargo, lo único que obtuve por respuesta fue que aquella mano suave y tentadora de cualquier pecado carnal, más allá de toda razón, escapara veloz de mi entrepierna y se convirtiera, de repente, en el zumbido insoportable de mi despertador, tecnológicamente diseñado para zarandearme y hacerme caer de cualquier posible bienestar que otorga la inconsciencia, sacándome de aquel sueño erótico fascinante e imposible, obligándome, por fin, a abrir los ojos.

Lo irónico

Quisiera castigarte: enterrarte lejos del deseo de mi boca, del reflejo de nuestros ojos, del roce de tus palabras... hasta que fueras ajeno a mí. Quisiera castigarte: y camino sola, sin darme cuenta de que, alejándome, soy yo la que padece la tortura.

Alter ego

Lamento tu soledad, respiro tus sollozos, lloro tus lágrimas… No es que te sienta dentro; es que estoy en ti.

Siempre pasa el tren...

Cada atardecer caminaba hasta la vieja estación y esperaba junto a las vías. Esperaba en el andén, aguardaba una señal mágica, única, reservada para ella. Esperaba su llegada, tranquila, segura de sí misma, recordando las  palabras que un día le dijera su madre, cuando aún era niña: "No tengas prisa por nada, hija, que por las vías siempre pasa un tren...". Y por ese sabio consejo maternal, ella esperaba, confiada, la venida del tren que habría de sacarla de aquel lugar, un transporte salvador que le estaba destinado desde los lejanos tiempos sin nombre. Esperaba sin importarle el susurro de su  soledad, sin preocuparse por los nubarrones que en las tardes de otoño prometían noches de tormenta.
Sin miedo, sin dudas, sin lágrimas.
Sin pensar en que por aquellas oxidadas vías, hacía más de treinta años que no pasaba un solo tren.

El gato y el ratón

Hoy, bajo tus reglas, decides que juguemos al ratón y al gato. Y, sintiéndote superior a mí, divertido y feroz me persigues cargado de unas garras que te quedan grandes. Pasado el tiempo me aburro y pienso que es mejor despojarse del disfraz.
Ronroneo feliz mientras permito que regreses, contrariado, a tu madriguera.

CARNIFEX AMATOR

Por mucho que pase el tiempo jamás podré olvidar aquella vez que fuiste mía. Temblaste. Fue tu cuerpo frágil entre mis brazos y la piel se te quebró de luz blanca. Fuiste pulso desatado y sudor perfumado que se filtraba por las yemas de mis dedos. Tus ojos - grandes, siempre abiertos, expectantes, tan amados- los llevo clavados en algún rincón de mi recuerdo y siempre acude, acariciándome suavemente, en noches de invinerno como ésta. Desde entonces el frío sólo contiene tu nombre. Me llama y me susurra como hiciste aquella última vez, apenas un suspiro tus últimas palabras que no pude comprender.
Porque, de todas las mujeres que he matado a lo largo de mi vida, tú fuiste sin duda mi mejor amante.
 

Parménides tenía razón

Momentos universales que se repiten como espiral maldita a través del Tiempo: "Ella, trémula, espera su respuesta sin apenas poder mantenerle la mirada. Él, después de una pausa eterna le contesta 'Eres la única'. Ella cierra los ojos; suspira. Acepta feliz la mentira... porque la necesita."

Geminis

Cuando Malena llega a casa, despacio para no molestar a los vecinos que ya duermen desde hace horas, se da cuenta de que esta noche se ha pasado un poco. Tambaleando con los tacones en la mano se dirige a su cuarto, ni siquiera se le pasa por la cabeza quitarse el maquillaje. La mañana del sábado ya se anuncia a través de su ventana; para evitar el nuevo día e ignorar que el mundo sigue girando sin importarle lo que ella haya estado haciendo mientras, baja las persianas.

Andrea llegó casi a las cinco de la mañana, pero aún las calles estaban oscuras y las farolas defendían la tranquilidad de una ciudad donde nunca pasa nada. Lo primero que hace es dejar las cosas que carga sobre el mueble que hay en la entrada y comprobar que todo está tal cual ella lo había dejado antes de marchar. Entra en el baño y mientras se desnuda y se desmaquilla se mira atentamente en el espejo. Después de todo no acertó con aquel vestido tan largo... es bajita y apenas se luce en él... Le hubiera gustado maquillarse de otro modo pero tampoco es que sepa sacar partido a su belleza natural, al menos a su juventud -está segura de poseer eso-. ¿Estuvo con la misma gente y escuchó la misma música? Por un momento lo ha olvidado, es como si hubiera estado allá sola ¿Acaso alguien se enteró de que ella había estado en aquel lugar?

A Malena le cuesta poco quitarse la ropa, quizá por lo escaso que es su vestido, desabrocha los corchetes y lo deja caer al suelo sin la más mínima compasión. La temperatura de su cuerpo la tienta a desechar el pijama y algo extraño parece retenerla antes de meterse en la cama; será que no tiene sueño. Camina por su habitación y todavía disfruta del vaivén de sus caderas, nota su ritmo incansable, se sabe joven y fuerte. El espejo le sonríe y le susurra entre las sombras que también es muy bella. El calor casi es insoportable pero no quiere subir las persianas, la luz del día podría recordarle donde estuvo... con quien... ¡y eso ya pasó hace tanto tiempo!

Cuando se mete en la cama, Andrea no puede dormir, piensa que ha vivido una noche más, que no se rindió, que ahí estuvo, siendo como es y formando parte de eso que buscan todos pero que ella no termina de encontrar. ¿Qué le faltó? No lo sabe. No comprende el mundo en que vive y se limita a dejarse arrastrar... Se quedó mirándolo, intentando decirle con la mirada lo que jamás se hubiera atrevido a pronunciar, deseaba tanto que alguien se le acercara. Que él le hubiese sonreído al menos. De repente, la madrugada de ese viernes, siendo las cinco de la mañana del sábado siguiente descubre que algo ha cambiado. Se siente incompleta en la cama, una parte de Andrea quedó perdida entre la gente que la había estado rodeando, tocando, poseyendo aunque ella en todo momento sentía que nadie podía alcanzarla. Tan lejos ahora del ruido sólo le quedaba el silencio, unas horas de oscuridad y el sueño... ¿pero qué soñaría? Algo había ocurrido, pero ¿qué? En realidad nada. Y ahora estaba tan perdida... tan equivocada...

Malena se deja caer, sus sábanas la acarician y su cama se convierte en un barco, en una alfombra mágica que la puede llevar a cualquier parte, se convierte en rama de un árbol, está colgada en ella y casi puede sentir una brisa... ¿de dónde vendrá? Una gota de sudor resbala desde sus pechos hasta el ombligo. Ella siente el recorrido y pasados unos segundos descubre una sonrisa maliciosa nacida de sus labios, quién sabe desde cuándo. Se le ha pasado por la cabeza que tal vez ese sudor no le pertenezca. Se da la vuelta y abraza la almohada, no se ha dado cuenta de que un trocito lo tiene entre los dientes. "Malena, Malena quién fuera tango..." Las palabras recorren su cuerpo que todavía se estremece al recordar aquella voz. Sí, su piel tenía memoria, y ella -ahora tumbada en la cama, sola- ella era un tango, era acordeón y piel y rabia y pasión y violín y mirada y vuelta y un paso atrás, porque había que saber cómo bailar... cómo llegar a Malena.

No queda noche que transcurrir cuando caen rendidas al sueño. Pronto llega la hora de salir del cuarto, vuelta a la vida diurna y formal, después de unas horas de malsueño y poco descanso acalorado. A las dos les espera el café y la prensa de diario. No se arreglan demasiado para estar por casa porque hace tiempo que viven, salen y piensan solas, las hermanas. Cuando se encuentran la una le pregunta a la otra qué tal se le dio la noche. "Como siempre", suele ser la respuesta.
Casi lo consigues, pero me detuve un momento. Cerré los ojos y respiré hondo.

Muy hondo.

He pensado que no me vas a hacer daño. Que no vas a romper mis ilusiones. Que no me vas a cambiar. Que no vas a lograr que me sienta culpable por algo que no comprendo. Que no voy a ser yo la que baje la cabeza una vez más. Que seas tú el que tenga la razón. Que yo no pueda defenderme. Que se me escapen las lágrimas por la impotencia. Que me apartes de la vida de los que me importan. Que te creas más que yo. Que me hagas sentir despreciada. Que llegue a pensar por un sólo momento que soy mala persona, que yo soy la responsable. Que sienta que me lo merezco. Que me rinda. Que deje de creer en la magia. En que se puede. En los sueños. En el amor. En la amistad. La de verdad. Lo siento, pero no quiero que lo consigas esta vez.

Ni tú ni nadie. He decidido que no.