DERECHOS DE AUTOR

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Los escritos que aquí se encuentran están protegidos por Creative Commons (Derechos de autor). La copia parcial y/o total de este material, sin que se cite la fuente y su autora, será motivo de denuncia.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Oscuro deseo


OSCURO DESEO

Tal vez fue culpa de aquella noche vestida de lentejuelas, joven y salvaje como ninguna otra, o simplemente fue cosa del alcohol. Cuando llegamos a aquel bar, pequeño y oscuro, lejano de cualquier mundo o universo conocido por nosotros, ya habíamos tomado las copas suficientes como para haber dado aquella velada por bien empleada. Quizá debimos marcharnos cuando estábamos a tiempo, pero inexplicablemente la luna llena nos perseguía por las calles dondequiera que fuéramos y nos acompañó hasta la misma puerta de aquel tugurio, con un brillo que yo achacaba sin dudas a la preocupación que tenía de que no nos perdiéramos por el camino.
Aquel lugar estaba lleno de gente –al menos eso quise pensar, que se trataba de personas– a la que era imposible adivinar su rostro debido a la oscuridad manchada de humo y algunos destellos provenientes de unas lámparas fosforescentes que decoraban el minúsculo techo. Mientras avanzaba me dio por pensar que si el techo pecaba de brevedad muy seguramente el suelo compartía con él aquella maldad en cuanto a su medida.
Nos pedimos la última copa –no sé por qué la llamamos así cuando sabíamos perfectamente que detrás de una vendría otra nueva, fresca y rebosante– y nos dirigimos al primer rincón medio disponible que encontramos. Una especie de sofá en esquina, manchado por todo tipo de sustancias inimaginables para mí en aquel momento, surgió casi de la nada, como si alguien lo hubiera estado reservando para nosotros. Nadando en un mar de oscurísima incertidumbre, finalmente nos sentamos agarrando las copas como si se tratase de nuestras almas embotelladas en colores brillantes; el efecto de las débiles luces fosforescentes sobre los líquidos era tan inquietante como hermoso.
No tardé mucho en dejarme envolver por aquella música ruidosa con aires de los setenta y ochenta que inundaba, violentamente en ocasiones, los resquicios del bar. La gente que había decidido permanecer de pie para bailar ondulaba como una gran marea negra, peligrosa e inexplicablemente bella, tal vez por lo desconocida. De vez en cuando tenía que cerrar los ojos por el ligero mareo que aquellas olas humanas producían en mi ánimo; escuchaba las voces de mis amigos, unas veces lejanas, otras como si únicamente existieran dentro de mi cabeza. Por un momento sentí una especie de aleteo de insecto, como de una polilla se tratara; sensaciones finísimas, casi imperceptibles para alguien que estuviera sobrio, acariciaban uno de mis muslos haciendo estremecer mi piel sin apenas poder controlarlo. Tuve que concentrarme plenamente en mi sentido del tacto para darme cuenta de que alguien comenzaba a acariciarme la pierna y se acercaba al borde de mi minifalda.
Me quedé en silencio. Seguramente hubiera sido mejor reaccionar, buscar la mano que invadía tan lentamente aquella zona cada vez más delicada de mi cuerpo, levantarme y salir corriendo de aquella situación, qué sé yo, pero en vez de eso permanecí callada y quieta, deseando desde lo más profundo de mis entrañas averiguar hasta dónde sería capaz de llegar aquella piel suave que había comenzado a deshacerme, como si me hubiera convertido de repente en una estatua de sal.
Pronto pude percibir con claridad –como si pudiera verlos con la misma claridad del día– los cinco dedos que se deslizaban, como jugando unos con otros al escondite, buscando meterse debajo de la sorprendida tela que había sido invadida sin previo aviso. Tragué saliva y sentí que apenas podía despegar mis labios sin soltar un suspiro, una exhalación. Contagiándome de un oscuro deseo me convertí en humedad, en agua, en mar vibrante. Mi cuerpo entero quería reaccionar ante aquel ataque pero algo seguía manteniéndome sentada en el sofá; seguía desarrollando cada vez con más intensidad cada uno de mis sentidos pero mis ojos luchaban por cerrarse, tal vez como señal de entrega al momento más inesperado y a la vez tentador de la noche, de aquellos pasos buscando refugio bajo una luna mágica, la que fue nuestra guía traicionera.
Su mano –¿la mano de quién? no alcanzaba a distinguir nada a través del humo, de la oscuridad, de la marea, del alcohol…– rozaba ya mi ropa interior cuando, presa por un repentino fogonazo de lucidez que me anunciaba con pánico el escándalo público, no pude más que susurrar; luchando porque mis palabras pudieran ser comprendidas más allá de la música pero únicamente a los oídos del dueño de mi deseo, un débil e inoportuno “No, aquí no…”. Sin embargo, lo único que obtuve por respuesta fue que aquella mano suave y tentadora de cualquier pecado carnal, más allá de toda razón, escapara veloz de mi entrepierna y se convirtiera, de repente, en el zumbido insoportable de mi despertador, tecnológicamente diseñado para zarandearme y hacerme caer de cualquier posible bienestar que otorga la inconsciencia, sacándome de aquel sueño erótico fascinante e imposible, obligándome, por fin, a abrir los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario