Cada atardecer caminaba hasta la vieja estación y esperaba junto a las vías. Esperaba en el andén, aguardaba una señal mágica, única, reservada para ella. Esperaba su llegada, tranquila, segura de sí misma, recordando las palabras que un día le dijera su madre, cuando aún era niña: "No tengas prisa por nada, hija, que por las vías siempre pasa un tren...". Y por ese sabio consejo maternal, ella esperaba, confiada, la venida del tren que habría de sacarla de aquel lugar, un transporte salvador que le estaba destinado desde los lejanos tiempos sin nombre. Esperaba sin importarle el susurro de su soledad, sin preocuparse por los nubarrones que en las tardes de otoño prometían noches de tormenta.
Sin miedo, sin dudas, sin lágrimas.
Sin pensar en que por aquellas oxidadas vías, hacía más de treinta años que no pasaba un solo tren.
Tus relatos son tan extrapolables que cuando acabo de leerlo se me viene el mundo encima. ¿Acaso no pensamos, muy en el fondo, que esperar es lo único que nos queda?
ResponderEliminarHay una frase de mi querida Frida que siempre llevo muy adentro... La comparto contigo ahora: "Árbol de la esperanza, mantente firme".
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