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domingo, 8 de mayo de 2011

Passio

 Alta hora de la madrugada. Recuerda que un poeta lo llamó la hora de la ceniza, pero no sonríe por ello. Se conforma en el silencio y la mece soledad como si hubieran compartido mucho juntas. Probablemente. Teclea y apenas respira lo imprescindible -siempre muy flojito- no vaya a romper el aire que la envuelve, tibio y protector. Teclas y luz blanca, compañeros fieles. No puede dormir aunque esté llena de calmantes. O tal vez los calmantes no pudieron con ella, porque en realidad, ella nunca duerme. Insomne maldita; maldita insomne garabateó alguien alguna vez que pensó que podría llegar a escribir. 
Sabe que van a pasar las noches. Sabe que habrá calmantes pero no calma. Se les olvidó anestesiarle el alma. Se les olvidó que ella no olvida.

jueves, 5 de mayo de 2011

Lyrica

                                                                                                                                                                                                                     A Fran Blas, 
porque cree que 
soy capaz de ser
algo más que una 
escribidora.


   Confunde y adormece mis sentidos el rumor de unas olas verdes, azules, amarillas que van recorriendo mi habitación de paredes ondulantes. La daga dañina y punzante se cansó de penetrarme aunque se preocupó de marcarme con una huella profunda, seca e inesperada. Son corrientes eléctricas que recorren una y otra vez un camino de ida. Comienzo a adivinar que jamás encontraré el regreso a lo que fui. 

   El vértigo acaricia con la punta de su dedo invisible y caprichoso mi nuca y avanza juguetón mientras decide masajear mi sien. Imposible no dejarse llevar. Las piernas no responden a mi voluntad, que me susurra nanas antiguas de historias añejas y oxidadas. Mis ojos nublados de lágrimas no alcanzan a distinguir la realidad o su existencia.  Sé de mi cuerpo porque el peso lo domina todo y me obliga a quedarme quieta, clavadas las extremidades en la dureza del aire que los envuelve.  Reposo y paciencia escucho a lo lejos. Las palabras no tienen sentido porque me niego a admitir que no estoy llena de vida, de planes. Quiero ser acción y no alcanzo a comprender por qué me lo impiden. 

   Calmantes mientras me mantengo acostada. Uno de mis tranquilizantes se llama Lyrica... qué ironía.

   Los demás no lo ven, no lo sienten, no lo son. No son lírica. Pasan por mi lado, como por un viejo libro deshojado y sin brillo en la portada, sonríen y dicen palabras que reconozco como quien sabe adivinar inconsciente lo que es un relámpago.  Después vendrá el trueno, pienso. Enajenados se marchan, dejándome atrás y sin percatarse de mi respiración débil y entrecortada, de las pastillas, los goteros o los resquicios que quedaron en mi piel por el paso de las agujas. Sé que en realidad a nadie le interesa. No afecto. No daño. Porque si no me permiten pensar, no me dejan existir. Hace algún tiempo que he dejado de ser yo para convertirme en un dolor ajeno. O para ser un dolor por siempre propio. Exclusivamente. O tal vez siempre he sido Lyrica y su instrumento, sólo que hasta ahora no me había dado cuenta.