Alta hora de la madrugada. Recuerda que un poeta lo llamó la hora de la ceniza, pero no sonríe por ello. Se conforma en el silencio y la mece soledad como si hubieran compartido mucho juntas. Probablemente. Teclea y apenas respira lo imprescindible -siempre muy flojito- no vaya a romper el aire que la envuelve, tibio y protector. Teclas y luz blanca, compañeros fieles. No puede dormir aunque esté llena de calmantes. O tal vez los calmantes no pudieron con ella, porque en realidad, ella nunca duerme. Insomne maldita; maldita insomne garabateó alguien alguna vez que pensó que podría llegar a escribir.
Sabe que van a pasar las noches. Sabe que habrá calmantes pero no calma. Se les olvidó anestesiarle el alma. Se les olvidó que ella no olvida.
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