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miércoles, 31 de octubre de 2012

Halloween

Aquella noche del 31 de octubre apenas durmió, eso es cierto. Fue a una fiesta con amigos y regresó sola a altas horas de la madrugada, a pesar de las amenazas sobre fantasmas y monstruos que la acompañarían de camino a casa por parte de los amigos, medio borracha y jugando a ser trapecista sobre sus tacones. Recorrió el pasillo, regándolo de las uñas postizas de bruja. Una vez metida en la cama, poco le importó ensuciar las sábanas con los restos del maquillaje de su disfraz de Halloween. Soñó con sombras y sensaciones extrañas, todo producto del alcohol y el desenfreno de la noche.
Cuando, a la mañana siguiente, se miró en el espejo del cuarto de baño, recién levantada, estaba perfectamente maquillada y con la manicura francesa hecha.

lunes, 15 de octubre de 2012

Fotografía

Me retrata el día, una vez más, 
acurrucada en cualquier rincón 
de una existencia templada. 
Y yo, que siempre busco 
a quien me contagie de ataraxia, 
me dejo vencer 
por la hipersensible nostalgia 
del que no sabe hacerlo mejor. 
Que no podría, de cualquier modo.

domingo, 14 de octubre de 2012

Beatus ille

Escapan de sus labios a borbotones ansiosos los silencios. 
Y sus pestañas aletean las ansias por volar. 
Y tú le miras, y no lo adivinas. 
O ya lo sabes, y prefieres no mirar.

sábado, 13 de octubre de 2012

No hay remedio

Vivir siempre equivocada,
hacer del error un hábito
y de la indiferencia un gesto más.
Y querer curar este alma,
arrepentirme del pacto tácito
que me hice de no cambiar.

martes, 9 de octubre de 2012

La historia de la mujer-luciérnaga

Érase una vez una niña-libélula que tenía miedo a la oscuridad. 
Utilizaba los días para huir volando de las noches, siempre en dirección a cualquier otro lugar. Un atardecer en que las sombras ya le alcanzaban, llegó un hada blanca y le dio luz propia. 
La mujer-luciérnaga siguió volando, pese a todo, porque se había acostumbrado a no estar.

jueves, 4 de octubre de 2012

Antes de lo evidente

Abrí una ventana 
y la luz me hizo daño en los ojos.
Hubiera querido contarle al mundo 
que soy distinta y sin embargo, 
no mejor.
Que he descubierto nuevos pasadizos 
oscuros del laberinto que todos tenemos por alma, 
pero que no me atrevo a explorarlos.
Hubiera querido contar con alguien 
que quisiera estar al otro lado.
Pero tanta luz me dañó los ojos, 
así que preferí cerrar la ventana, 
en silencio. 
Sin embargo, ya poco importó cerrarla. 
La luz de la pantalla del ordenador 
seguía estando ahí.