Por mucho que pase el tiempo jamás podré olvidar aquella vez que fuiste mía. Temblaste. Fue tu cuerpo frágil entre mis brazos y la piel se te quebró de luz blanca. Fuiste pulso desatado y sudor perfumado que se filtraba por las yemas de mis dedos. Tus ojos - grandes, siempre abiertos, expectantes, tan amados- los llevo clavados en algún rincón de mi recuerdo y siempre acude, acariciándome suavemente, en noches de invinerno como ésta. Desde entonces el frío sólo contiene tu nombre. Me llama y me susurra como hiciste aquella última vez, apenas un suspiro tus últimas palabras que no pude comprender.
Porque, de todas las mujeres que he matado a lo largo de mi vida, tú fuiste sin duda mi mejor amante.
"Desde entonces el frío sólo contiene tu nombre". Oración asesina.
ResponderEliminarTiendo a quedarme con una frase cuando leo un relato. Podría haber elegido la última, que en principio es el golpe asestado sin piedad al lector, pero ya me habías helado antes :)