DERECHOS DE AUTOR

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Los escritos que aquí se encuentran están protegidos por Creative Commons (Derechos de autor). La copia parcial y/o total de este material, sin que se cite la fuente y su autora, será motivo de denuncia.

viernes, 5 de agosto de 2011

El tiempo de la libélula (V)

 POR VÍCTOR FERNÁNDEZ MOLINA

 Capítulo II


El incesante repicar del roce de tenedores y cuchillos con los platos cubiertos de comida se convirtió en una banda sonora que acompañaba el silencio incómodo de aquella extraña cena. Sobre la mesa, una vajilla común sobre la que se extendían diferentes improvisaciones culinarias que poco tenían que ver con un estilo definido: una ensalada aliñada, unos platos de embutido, una tabla de quesos, unas mini-quiches, mojama, hueva, y unas almendras saladas surtían los estómagos de los comensales silenciosos. Habían pasado ya 15 minutos desde que se sentaron a la mesa y nadie había dicho ni una sola palabra de lo sucedido aquella misma tarde, así que Amaya, la anfitriona, decidió dar el primer paso:

- Bueno, ¿nadie me va a explicar todo esto?- rompió en mil pedazos el armónico tintineo de tenedores y platos- Quiero decir que, no me llamáis en un mes y de repente aparecéis aquí para, ni más ni menos, suicidaros. Supongo que será una broma de mal gusto.

- No es ninguna broma –replicó Adela sin levantar la vista del plato.

- Sí, es algo que queríamos hacer desde hace mucho tiempo –continuó Ruth con una voz casi inaudible.

- ¿¡Pero es que os habéis vuelto locas!? ¿Qué sois? ¿El club de las suicidas? ¿Y encima en mi casa? –gritó Amaya dando un puñetazo sobre la mesa

- Prima, no seas tan dura con ellas – le interrumpió Víctor

- Y tú, cállate. Gorrón. No te mereces ni el plato que tienes delante. ¿Cuántas veces has venido a visitarme en estos últimos años? – ahora el objetivo de la furia de Amaya era su esperpéntico primo.

-Vale, es cierto. –intentó defenderse éste- Nunca había venido a verte. Pero tú también siempre has estado apartada de la familia. Desde que fallecieron tus padres…

-¡Ni se te ocurra mencionarlos! –le gritó Amaya para acabar con este renglón torcido de su conversación con nosotras-  Más te vale acabar la cena y buscar un sitio donde quedarte, porque te aseguro que aquí no será.

Víctor bajó la mirada, dejó el tenedor y apartó el plato. Se levantó de la silla y con un “que pasen una buena noche, señoritas” salió del salón para encaminarse a la puerta de la casa y desaparecer.

-¿Y bien? –volvió a retomar el tema una vez que el chico se fue.

Adela y Amaya cruzaron una larga e intensa mirada. Era una de esas miradas que transmiten conocimiento, que hacen que dos almas se toquen para hablar y revelarse secretos sin mediar una sola palabra. Ruth y Sofía se miraban perplejas. Aquellas dos amigas desde la infancia siempre habían tenido ese tipo de conexión, algo más fuerte que cualquier relación sentimental o de amistad. Era química neuronal en estado puro, un estado avanzado de la evolución humana. Ruth, que había llegado mucho después, parecía comprenderlo y callaba cuando sucedían ese tipo de escenas; A Sofía, sin embargo, parecía  darle mucha envidia no poder tener una relación así con nadie en este mundo. De pequeñas siempre estaban juntas, como dos hermanas que se pelean por la misma muñeca pero luego se dan siempre un abrazo de buenas noches. Adela había participado cuando era adolescente en algunas de las humillaciones de Amaya pero, a pesar de ello, siempre estaban juntas y compartiéndolo todo. Lo que había entre ellas era algo demasiado especial como para poder describirlo con unas cuantas palabras.

- Verás Amaya –habló Sofía para interrumpir de nuevo el silencio, aunque sabía que en realidad ellas estaban ya hablando con los ojos- en realidad es muy sencillo. Mira como está el mundo. No tenemos nada, y lo peor de todo, cada vez tendremos menos. Se nos exige más y más para conseguir los mismos resultados que nuestros hermanos mayores o nuestros padres. Somos prácticamente basura. Y lo que se avecina es mucho peor. Lo pensamos muy fríamente. ¿Por qué sufrir todo esto? ¿Por qué vivir bajo el yugo de toda esta sociedad que nos lleva una y otra vez al fracaso? Tú siempre te lamentas de no haber nacido en el S.XIX. ¿Por qué no acabar con esto? Pero ya que lo íbamos a hacer, lo haríamos con clase.

- Acabar con todo de un plumazo es siempre la última posibilidad –continuó Ruth mientras Amaya intentaba asimilar la veracidad de estas palabras –y no siempre sale bien. Créeme que sé de lo que hablo. Pero en realidad no hay muchas más salidas actualmente. No deseo vivir en un mundo que me hace sufrir una y otra vez hasta la extenuación.

- No podéis suicidaros –dijo Amaya muy seriamente –todavía hay muchas cosas por las que luchar. Sí, la vida es una mierda. Pero esa no es razón suficiente para tirarse desde mi balcón. Las cosas pueden cambiar. Las cosas van a cambiar. Es una verdad universal.

-No vas a convencernos. –musitó Adela mientras se llevaba un trozo de hoja de lechuga a la boca- Tal vez hoy no es el día, pero lo acabaremos haciendo dentro de poco. Contigo o sin ti, puedes pensártelo.

El silencio volvió a la mesa, como un invitado más que molesta con sonoros discursos que a nadie interesan pero a todos obnubilan. El silencio dando golpes en el vaso con una cucharilla de postre para llamar la atención se levantaba una y otra vez de su silla para proponer un brindis por la letra “h”, por el sonido del vacío, por las ondas paralizadas y por la sordera. Los mayores solían decir siempre que cuando se hacía el silencio en una mesa era porque había pasado un ángel. Ellas hacía tiempo que no creían en esas cosas. Algunas de ellas, como Amaya o Sofía, se habían vuelto tan ateas como el propio Lenin y todas aquellas pamplinas religiosas de los padres les daban simplemente repulsión.

-Está bien –finiquitó el tema Amaya- dadme una semana. Si en una semana no os logro convencer de que aún hay motivos para seguir luchando, podréis tiraros desde ese balcón.

Se levantaron todas de la mesa y fueron hasta el balcón. La brisa fresca de la noche alicantina les acariciaba las mejillas como un baile sensual de manos invisibles. El mirador era amplio, hermoso, lleno de plantas y flores coloridas donde el color predominante era el morado. Había una enredadera coronando la entrada y una madreselva ocupaba la práctica totalidad del ala izquierda. Una mesa de hierro forjado con una losa de piedra encima rodeada de un epítome de sillas del mismo diseño, antiguo pero no viejo, centraba el poco espacio libre que allí quedaba. Era un jardín mágico en medio de la ciudad, el lugar preferido de Amaya para sentarse y leer. Allí había pasado largas horas con sus padres cuando era pequeña, escuchando historias sobre héroes y leyendas maravillosas que su padre se inventaba a la luz de la luna mientras tomaba una copa. Habían sido unos padres maravillosos, pero Amaya les guardaba rencor por haberse ido de este mundo sin haberle dado ni siquiera la oportunidad de despedirse. Aún le quedaban demasiadas historias que escuchar de su padre y demasiados abrazos que recibir de su madre. Pero ella sabía que nunca los recibiría, porque la vida es así.

-¡Allí está Víctor!- dijo Ruth señalando al portal de enfrente.

En efecto, allí estaba el pobre estudiante amante de los insectos. Sentado en el portal de enfrente, fumándose un cigarro tras otro sin saber donde ir ni qué hacer. La gente pasaba por delante de él como si fuera un perro acostado guardando la tumba de su dueño, fiel, pero solitario.

-Deja que vuelva, Amaya –le rogó Ruth con un destello en los ojos, como aquellas niñas que quieren un juguete que han visto en el escaparate o se han encontrado un cachorro húmedo en la calle. En realidad, Ruth y Víctor eran demasiado parecidos como para no caerse bien.

-¡Es un caradura! –objetó Amaya- Lleva aquí prácticamente unas horas y me ha vaciado la nevera, se ha bebido mi whisky, se ha colgado al teléfono durante media hora y me ha recomendado… ¡un decorador! ¡a mí!

-Amaya, ¿qué te pasa? –repuso Ruth con mirada extraña- Tú no eres así. Tú siempre lo das todo sin esperar nada a cambio, y hoy nos has chillado y has tirado a alguien de tu casa.

-Sí, es cierto, aquí hay algo que no cuadra –confirmó Adela.

Todas la miraron inquisitivamente, como si a través de su piel pudieran ver una frase escrita en tinta invisible que les dijera lo que le pasaba. Amaya por su parte miraba al vacío, aunque cualquiera diría que estaba vigilando a su primo para que no le ocurriera nada, porque ese instinto de protección tan suyo debía seguir ahí. Sin embargo, no era así. A partir de aquel día Amaya sería mucho más egoísta no porque lo quisiera, sino porque debía serlo. Debía cuidarse porque una palabra, una sola palabra, transformó su realidad completamente hacía tan solo unos días: “Embarazada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario