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miércoles, 3 de agosto de 2011

El tiempo de la libélula (IV)

 POR CONNIE MARCHANTE

Aquella situación era cuanto menos inverosímil. Las chicas eran incapaces de pronunciar palabra aunque, sorprendentemente, Amaya parecía la más extrañada de todas ante la presencia del poeta.

-     Desde luego… -dijo al fin, acompañándose de un ademán de rendición- Estáis todas mal de la cabeza.
-         Bueno –interrumpió Adela impaciente- ¿Vas a explicarlo o nos lo seguimos imaginando? A este paso nos montamos una peli de ciencia-ficción… ¡Regreso al Romanticismo! Eso sí… nos falta el Delorean.- Sus ojos, siempre vibrantes y más expresivos que cualquier otra parte de su cuerpo, reflejaban algo parecido al enfado aunque no se trataba de eso; quien la conocía sabía perfectamente que lo que le ocurría a Adela es que no soportaba la incertidumbre.
-   Si es que no hay nada que explicar.- Amaya cerró la puerta de su piso, que hasta ahora había permanecido abierta, y se acercó hasta el joven sonriente. Desde luego, se notaba de lo más entretenido con la escena que se había improvisado en apenas unos minutos.- Os presento a Víctor. Es mi primo; llegó anoche de Madrid y no tengo mucho más que contar salvo que pretende quedarse en mi casa mientras hace un máster de no sé qué pero, vamos, que esta misma noche se larga.

La noticia de que Amaya tuviera familiares era casi más inquietante para sus amigas que la de que Gustavo Adolfo Bécquer pudiera haberse reencarnado para buscar a su mayor admiradora sobre la tierra. Sin embargo, seguían demasiado impactadas por el enorme parecido con la famosa pintura que le hiciera su hermano al eterno poeta del romanticismo tardío. Paradójicamente y contra todo pronóstico, este hecho innegable no había impresionado lo más mínimo a Amaya, que no estaba dispuesta a aguantar gorrones en su casa.

-      Encantado –la voz de Víctor era profunda y varonil aunque debilitada por un carácter que se adivinaba demasiado tímido. Se mantuvo en el umbral de la puerta que daba al balcón, apoyado en el marco, las manos metidas en los bolsillos en todo momento. Se le notaba nervioso, puede que incluso algo incómodo. Seguramente el hecho de tener a un cuarteto de curiosas no era para menos, tampoco.
-       ¿Vais a contarme por qué tanto alboroto y qué hacíais tocando el timbre como si lo quisierais fundir? – Amaya retomó la conversación sin darle un segundo de tregua a su novedoso familiar.

Sin ponerse de acuerdo, Ruth y Sofía miraron a Adela, como si un mecanismo automático de defensa se hubiese activado. Ella solía ser quien daba las explicaciones más importantes (y de vez en cuando también las menos), aunque en esta ocasión la joven no pareció reaccionar inmediatamente ante las demandas silenciosas. Se había dejado caer sobre uno de los sillones desgastados que adornaban la entradita del apartamento de su amiga y miraba al joven como si hubiera un cristal que la protegiera, como si hubiera dibujado una línea imaginaria entre ella y él, que ninguno de los dos pudiera traspasar. Sin apartar la mirada dijo, al cabo de unos segundos:

-          Hemos venido porque pretendíamos tirarnos desde tu balcón.

Amaya la miró fijamente. Cualquiera de las otras chicas hubiera dado lo que fuera por adivinar qué se le estaba pasando por la mente a la estrafalaria profesora de universidad mientras se sumergía en la profundidad de los ojos de Adela, siempre serenos, siempre en llamas. No era sorpresa, desde luego. Se conocían desde hacía muchos años, quizá alguna de las dos ya había pensado que demasiados, pues siempre habían sido objeto de comparaciones. La cerebrito y la carismática, la marginal y la líder, la triunfadora y la que se tuvo que conformar, la que siempre tuerce su camino y a la que le tocó el camino torcido. Adela anhelaba en silencio la suerte profesional de Amaya y ésta deseaba tener la locuacidad y carácter de la primera. Siempre había sido así, desde antes de ser amigas incluso; algunos años antes de ir a la universidad, ya sabían la una de la otra gracias a las comparaciones que de ellas se hacían.

-          Y bien… ¿quieres suicidarte todavía, Adelita?

A Adela le gustaba que la llamaran Adelita; le recordaba un tiempo lejano y siempre mejor. Por supuesto, esto no lo admitía abiertamente y sólo Amaya tenía el permiso para agregar un diminutivo a su nombre. Las demás no se atrevían; no era fácil alcanzar este tipo de cercanía con Adela, sobre todo por la imagen de chica fuerte y decidida que siempre les había transmitido. Como por resorte, Adela sonrió al escuchar a su amiga. Sin duda era su amiga, a pesar de que Amaya hubiera conseguido cumplir los sueños que sólo ella había soñado -el puesto en la universidad, el reconocimiento, los ensayos publicados y las conferencias aplaudidas-, a pesar de que estuviera viviendo con desgana una vida que le había surgido casi por casualidad, por la que ella lo hubiera dado casi todo. Según los rumores, esa precisamente había sido la clave de su fracaso: el “casi” que no había sido capaz de ofrecer, aunque ella nunca había querido explicar nada al respecto.

- No –continuó sonriendo, extendiendo su mirada al resto de las que allí estábamos, expectantes por lo que vendría a continuación.- Me temo que hoy no es un buen día para suicidarse.

En aquel instante Adela les pareció algo así como un cachorrillo perdido, uno de esos gatitos que tienen los ojos muy abiertos y, sin embargo, no están seguros de estar vigilándolo todo como debieran para sentirse seguros por completo. Eran raras las ocasiones en que se quedaba desprotegida, sin su coraza natural. Ahora Adela dejaba de ser la líder de aquel grupo para volver a ser una profesora de lengua y literatura de secundaria más, de las que se quejan por la pérdida de plazas en los institutos o por las reformas que se plantean en las nuevas oposiciones, una persona normal como Ruth o Sofía; incluso menos, porque ella todavía era profesora interina y se dedicaba las más de las veces a sustituir a otros profesores que se habían dado de baja médica por diversas cuestiones. Sofía siempre pensaba que no tenía sentido el hecho de que ella, teniendo mucha menos nota en la media del expediente académico, tuviera una plaza fija desde hacía dos años y que Adela siguiera deambulando por los mundos de dios. Pero ella, Adela, era así: siempre predecible y cambiante, una fuerte debilidad, una infructífera inteligencia, una absurda genialidad desaprovechada, una chica carismática e insignificante en la sociedad, una vibrante serenidad de trémula templanza, en definitiva, una contradictio in terminis hecha mujer. Sin embargo, eso no le preocupaba demasiado, no temía ser quien era; lo que realmente odiaba es que alguien más se diera cuenta de la verdad, de cómo era realmente. Y Amaya no solamente la conocía, sino que además lo sabía todo de ella.

-          Entonces, habrá que buscarle un sentido a esta visita inesperada- sonrió la nueva anfitriona.- Podríais quedaros a cenar. Y de paso –disparó una mirada  entre burlesca y desafiante a su primo a quemarropa- recomendarle a Víctor algún lugar donde pueda quedarse estos meses que va a estar en Alicante, así se evitará tener que estar preguntando en la calle durante horas.- A continuación y sin perder nuestra atención ni un solo momento, se acercó a Ruth poniéndole una mano sobre el hombro, en un exceso de cariño al que claramente no estaba acostumbrada- Vamos, niña, tienes que lavar y desinfectarte esa herida. 

Ruth, agradecida por el inesperado gesto de bondad de Amaya, la siguió en silencio hasta el baño donde se guardaba el botiquín. Sofía, que no le había quitado el ojo al invitado sorpresa, aprovechó para conocer un poco más del tal Víctor, al que apenas habían escuchado pronunciar dos palabras. La mayor de las amigas planeaba su boda desde hacía más de seis meses con su novio de toda la vida, Álvaro, y necesitaba experimentar alguna sensación que le recordara que seguía siendo una mujer joven y deseable. Desde luego, sus planes de compromiso no eran un obstáculo para conocer al primo de Amaya ya que, aún dejando de lado que podría tratarse de una pasajera reencarnación de Bécquer, el muchacho desde luego le resultaba muy atractivo y, a juzgar por su apariencia, podría ser apenas un par de año mayor que ella.

-          ¿Y tú, Víctor… -comenzó torpemente la conversación, desde luego no tenía la soltura de hacía unos años- a qué te dedicas? Lo único que sabemos de ti es lo que ha dicho Amaya, que vienes para estudiar un máster…
-          Sí, un máster en Entomología ambiental aplicada. Soy entomólogo, ya ves, nada que ver con vuestro poeta, me temo – no pudo evitar que se le escapara una leve carcajada, sin duda por el recuerdo de la confusión que había causado en las muchachas- Perdona, ¿tú te llamas?
-      Sofía –dijo mientras notaba cómo toda su sangre se instalaba en el pequeño espacio que ocupaban normalmente sus mejillas. Por primera vez disponía de toda la atención del muchacho y se había enfrentado al verde chispeante de sus ojos-. Perdónanos, es cierto que ninguna de nosotras se ha presentado. Esta de aquí es Adela y la chica más joven que ha acompañado a Amaya se llama Ruth…
-          Sí, la accidentada –dejó la sonrisa olvidada en el balcón donde había permanecido todo este tiempo para acercarse y sentarse en un lado del sofá, al lado de Sofía y frente a Adela-. Lamento muchísimo lo ocurrido con la maceta, de verdad. Estaba apoyado, intentando convencer a mi prima para que me dejara quedarme esta noche y creo que me pasé con los aspavientos, debí golpearla sin darme cuenta. En cuanto salga Ruth le pediré disculpas.

Hablaba despacio, con calma, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo para contarles cualquier cosa que se le cruzara por la mente. Era un hombre joven, ahora que Sofía estaba más cerca no era capaz de echarle más de treinta y dos años. Su cabello ondulado y la forma de la barba eran las de Bécquer, sin duda, aunque su particular color de ojos le delataba como alguien distinto. No es que fueran unos ojos verdes, no unos ojos verdes cualesquiera; eran aquellos ojos verdes que Bécquer soñara y describiera en una de sus más famosas leyendas.

-    Seguro que no ha sido nada.- Adela, como siempre interrumpiendo las corriente de pensamiento de su compañera, pareció despertar de su letargo para inmiscuirse en la incipiente conversación- ¿Y qué bichos pretendes estudiar en una ciudad como Alicante? No creo que este sea muy buen lugar para un entomólogo…

Al parecer eso era todo lo que Adela había encontrado de interesante en Víctor. Que se dedicaba a los bichos. El muchacho se dirigió a ella con un semblante alegre, casi entusiasta, como dando a entender que iba a dar una explicación de lo más emocionante, al menos para él.

-          Bueno, tal vez no lo recordéis, pero en Alicante hubo hace unos meses un suceso relacionado con los “bichos” –pareció subrayar la palabra que había utilizado Adela para nombrar a su queridísimo objeto de estudio- de lo más interesante. Resulta que por el mes de octubre una plaga de miles de libélulas inundó vuestra ciudad y llenaron balcones y ventanas, siendo un espectáculo que jamás se había producido hasta la fecha. Esto se debe a un cambio climático que hizo a las libélulas agruparse y cambiar su rumbo natural para buscar zonas acuáticas más cálidas donde puedan poner sus huevos.
-    Recuerdo las libélulas –Adela había cambiado su actitud por una cada vez más interesada en la conversación, cosa que parecía molestar a Sofía más de lo que ella habría deseado-. Yo estaba de camino a un pueblo que está a unos noventa kilómetros al sur de Alicante y me topé con un ejército de ellas por el camino. Rodearon mi coche porque ocupaban prácticamente toda la carretera. Lamenté que mi parabrisas chocara con algunas. Me gustan las libélulas.
-          Pocos saben que el tiempo de vida de la libélula tal y como la conocemos o la hemos visto la mayoría de ocasiones, en realidad, es un tiempo de transición- Víctor se había olvidado de todo y de todos, ensimismado en sus explicaciones entomológicas o en los ojos y la boca de Adela, no era posible saberlo-. Las larvas de libélula sobreviven dentro del agua y necesitan de mucho tiempo para poder desarrollarse. Una vez que logran respirar fuera del agua, convertidas en libélulas, han de encontrar un tallo al cual aferrarse para sufrir otra transformación. Es el imago el último estadio del desarrollo de este insecto, su conversión en adulto. Imagínate, es algo formidable…
-       Sí, es como lo que nos está pasando a nosotros en este momento –interrumpió Adela, que hablaba como si estuviera en otro lugar, puede que en alguna dimensión lejana-. También estamos en un tiempo de transición. Acabamos de salir del agua y apenas estamos respirando un aire que nos resulta extraño, venenoso, un aire contaminado que nos duele dentro del pecho porque todavía no nos hemos acostumbrado a alimentarnos de él. Volamos a tientas, buscando nuestro lugar, pero los tallos están lejos y aún no somos capaces de llegar a ellos. No somos imagos, insectos adultos capaces de defenderse gracias a la experiencia y la fortaleza de su propia naturaleza; no somos larvas protegidas por el agua poderosa, ajenas a los males del amenazante mundo exterior.
-   ¿Pero qué dices, Adela? Desvarías un poquito cuando te dan esos bajones que te dan. – Sofía quiso interrumpirla, desacreditarla, romper su halo de genialidad inspiradora y retomar la conversación de alguna manera.
-        No me entiendes, Sofía. Somos libélulas, no, no quiero decir eso literalmente –sus ojos llameaban con fuerza, cuando se ponía así era imparable-. Lo que ocurrió con las libélulas fue como una señal de nuestro tiempo, una metáfora de nuestro estado… eso es… vivimos el tiempo de la libélula.

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