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jueves, 11 de agosto de 2011

El tiempo de la libélula (IX)

POR CARMEN JUAN ROMERO

En verdad las había dejado alucinadas, incluso a su propia prima, pero también era cierto que Víctor y Amaya llevaban años sin mantener una conversación en condiciones. Y verle allí, pálido, apoyado contra la pared y fumando un cigarrillo ajeno sin haber pedido permiso, la irritaba un poco. Víctor tenía la capacidad de darle la vuelta al mundo con cada una de sus apariciones. Siempre había sido algo rarito, no había más que ver lo que acababa de ocurrir. Ruth todavía se palpaba el pie, indoloro ya, con los labios despegados, pero tardó aún un par de minutos antes de pronunciar una sola palabra. Era una chica inteligente, y sin embargo, en ocasiones se expresaba despacio, como a trompicones, sobre todo cuando algo la dejaba sorprendida y no podía aferrarse a nada sólido para reponerse. 

-                  - Qué ha sido eso.

Víctor le sonrió ampliamente antes de explicárselo:
-   Es una… medicina alternativa –dijo, enmarcando las últimas palabras con unas comillas invisibles que dibujaron sus dedos en el aire-. Por supuesto, no sustituye a las prácticas de la medicina real –y repitió el gesto de nuevo- pero sirve como complementario a los tratamientos oficiales.
-  Sé de qué va esto –interrumpió Ruth, recuperando el habla. Pocas cosas le molestaban tanto como que le intentaran explicar algo que ya sabía. Le parecía una pérdida de tiempo innecesaria-. Lo que quiero decir es que –realmente no sabía qué era lo que quería decir, o sí, pero desconocía cómo hacerlo sin resultar impertinente -, bueno, eres científico.

Una inmensa carcajada la sobresaltó. Adela también dio un pequeño respingo en su asiento, pero Amaya no pudo evitar unirse a él mientras negaba con la cabeza. Aquel chico no tenía remedio, había sido así desde pequeño y sería así toda la vida, y sabía cuál iba a ser la respuesta a la pregunta no formulada. Con la mano en el estómago y un aire un tanto elevado, Víctor expuso: 

    - Sí, tienes razón –no dejaba de mirarla a los ojos y ella se incomodó, pero haciendo un esfuerzo sostuvo aquella mirada. Solía mermar bajo los ojos de otros, se hacía pequeña hasta desaparecer, pero Adela le echaba unas broncas monumentales por ello y no quería darle motivos para otra de ellas durante el camino de vuelta a casa. Sin borrar la aparentemente constante alegría de su rostro, Víctor continuó-. La gente suele sorprenderse, creen que la ciencia y las prácticas como esta son incompatibles. Pero es que esto no es una religión, y además, depende de cómo quiera tomárselo cada uno a nivel personal. Se trata de energía, única y exclusivamente. Energía que cambia, que se puede transmitir, redireccionar. “La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma” –recitó-. ¿Por qué no iba un científico a creer en algo tan obvio como eso?
   -  ¿Me estás tomando el pelo? –Amaya tembló al escuchar la voz de Adela, aunque ya sabía que su amiga no podría evitar explotar. Bastante tiempo había aguantado callada, pero aquello último, la posible amenaza de pedantería por parte de su primo la había hecho reventar como una chicharra -¿De verdad crees que puedes llegar aquí a vendernos crece-pelo, chaval? –era muy, muy difícil ver a Adela enfadada, y sin embargo el tono de su voz comenzaba a parecerse seriamente al de los enfados -. Pero, por favor, si lo único que has hecho ha sido humedecer el corte y limpiarlo un poco con agua fría.

Él se limitó a encogerse de hombros y a adoptar una postura despreocupada. No le importaba demasiado lo que pensara Adela, pero había quedado satisfecho con la expresión que Ruth todavía conservaba en la cara, como si acabase de ser abducida por unos extraterrestres. Era fácilmente impresionable todavía, más aún cuando se trataba de hombres. Se había dejado llevar por la película que había montado Víctor sin oponer resistencia, y eso había molestado a Adela (quizá demasiado). 

-         - Deberías ayudarle a buscar un piso. Si no, acabará por quedarse aquí todo el año, ya lo verás –le dijo a Amaya, señalando a su primo con el mentón, hablando como si él no pudiera oírlas. Luego se levantó, recogió su bolso e hizo un gesto rápido a Ruth-. Niña, es tarde. ¿Te llevo?

Ruth salió de su ensimismamiento, buscó sus cosas en el salón y la siguió hasta la puerta con movimientos rápidos. Amaya intuyó que nada más atravesar el portal la pobre tendría que soportar una disputa unilateral por parte de Adela y le dio un pequeño apretón en el brazo al despedirse, para animarla.

-          - Mañana hablamos –y tras cerrar la puerta tras ellas bromeó con su primo-. ¿Has visto lo que has hecho? Llegas aquí y me las espantas como moscas.
-          - ¿A qué venía tanta prisa de pronto? –hizo aquella pregunta sabiendo perfectamente cuál sería la respuesta, pero quería disfrutar de la satisfacción de haber previsto una situación y haber acertado de pleno.

Amaya se sentó frente a él y se escurrió hasta apoyar la nuca en el respaldo. Así, perdida en el gris contaminado de la noche en la ciudad, confirmó lo que Víctor esperaba:

-         -  Le has tocado las narices a Adela. No suele aguantar tonterías de nadie, pero has metido la pata hasta el fondo con Ruth. Es algo así como su protegida y ha visto cómo la mirabas y cómo ella se ha dejado engañar. Si hay algo que puede hacerla enfadar es eso. Cuando Ruth llegó aquí era una chiquilla ingenua y desprotegida. Adela hace de escudo humano con ella. No te va a pasar ni una, te lo advierto ya.

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