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sábado, 6 de agosto de 2011

El tiempo de la libélula (VI)

  POR CARMEN JUAN ROMERO

- No es nada -fingió. Todavía no estaba segura de qué iba a hacer. Ni siquiera sabía cómo había podido ocurrir. No iba a decirles sencillamente “tranquilas, es que estoy embarazada, se me pasará en unos nueve meses”, así que tiró de algo que no era más que un añadido que en otro momento no habría tenido ni la mitad de importancia -. Sólo me ha pillado por sorpresa. Hace años que Víctor y yo no nos vemos, apenas hemos hablado desde... En fin, y ahora se planta aquí, sin avisar, a decir que se queda conmigo hasta que acabe el maldito máster que ni siquiera ha empezado aún. Pero qué morro.
Hablaba sin parar de moverse, gesticulando con las manos, como si hablara sola y tratara de autoconvencerse de aquello. Caminaba en círculos, balcón arriba, balcón abajo. Estaba nerviosa y procuraba evitar los ojos de Adela. Ruth y Sofía seguían sus paseos con la mirada, pero no buscaban nada más allá de la agitación que le producía a Amaya hablar de su familia. Sin embargo, Adela la estaba taladrando con aquel negro sin fondo de sus ojos, y la anfitriona no podía disimular que estaba huyendo de ella. Aquella conexión que había entre las dos no siempre era algo cómodo de soportar. Por norma general, era Adela quien evitaba estas situaciones, porque no era fácil para ella quitarse la máscara delante de nadie, y ese nadie incluía a su mejor amiga, pero esta vez las tornas habían cambiado. De pronto, sin previo aviso, Amaya se paró en seco y se giró para quedar de cara a sus amigas y poder señalarlas con un dedo acusador.
-      - Y encima llegáis vosotras con esa tontería de que os vais a suicidar o no sé qué, diciendo que no habéis venido porque me echabais de menos, no, que sólo queréis un balcón del que saltar al vacío y acabar con todo. Cobardes -se le quebró la voz al pronunciar la última palabra, por eso se detuvo a tomar aliento antes de repetirla a modo de sentencia-. Cobardes.
Adela se levantó, se acercó a ella y negó con la cabeza. No se lo creía. Es decir, sí se lo creía, pero sólo en parte. Su primo había llegado arañando una fibra que ellas no se habían atrevido a tocar hasta entonces. El tema de su familia estaba protegido por una cúpula de cristal milimétrica que podía estallar con sólo rozarla, y sus amigas habían aprendido a respetar las circunstancias. Aquella era la primera vez que veían, e incluso que oían hablar de alguien que compartiera la sangre de Amaya, y no había sido de una forma demasiado ortodoxa. Y además estaba preocupada por ellas, su grupo de amigas chifladas que se había plantado en su piso con la intención de matarse. Era normal que se lo hubiera tomado mal. Pero no era eso lo que le ocurría. En menos de cinco minutos había experimentado al menos dos cambios fugaces de humor. Había algo más, algo suyo, tan personal que ni Adela podía intuir. Se dio cuenta de que nunca habían estado tan lejos una de la otra. El abismo que aportaban las largas miradas en silencio de Adela era ahora insalvable y no era por su causa, sino por la de Amaya. Quiso ponerle las manos sobre los hombros y tranquilizarla con un “no pasa nada”, como en los primeros tiempos de instituto, cuando a Amaya todavía le afectaban explícitamente las molestas rimas de sus compañeros, pero no se movió, se limitó a pedir sin palabras una respuesta que no le fue concedida.
-         - Vale, oye, no pasa nada –se adelantó Ruth, acercándose también pero guardando una distancia mayor. No quería interrumpir, pero se sentía culpable por haberla asustado-. Aumentaremos el plazo, si quieres. Tienes un mes, un mes entero para convencernos de que merece la pena seguir pateando el mundo cada mañana –y después, en un arranque inesperado de cariño, acercó su mejilla a la de su amiga aparentemente para besarla, pero en lugar de eso susurró unas palabras más -. Confío en ti.
Amaya se separó un poco de ella y dejó entrever media sonrisa sincera que barrió la tensión que se había acumulado sobre sus cabezas. Aquel último comentario la había animado un poco. Sinceramente no creía que fueran a suicidarse, pero sí las veía muy capaces de ello si lo hacían juntas. Igual que todo. Los amigos permanecen unidos, pase lo que pase. Pase lo que pase. Ese pensamiento estuvo flotando en su mente durante unos minutos, haciéndola sentir mejor.
-          - Y ahora llama a tu primo y haz que suba. ¿O le vas a dejar en la calle, como un vagabundo?
-          Sólo por hoy.
-          - Sólo por hoy –asintió Adela -. No tienes ninguna obligación, pero no puedes dejarle esta noche ahí. Es tarde, ahora ya no va a encontrar otro sitio.  

Amaya bajó a la calle a por Víctor y ellas contemplaron la escena desde el balcón donde le habían confundido con un poeta hacía un par de horas. Fingió que no la había visto llegar, y cuando ella le tendió la mano para ayudarle a levantarse del suelo se le iluminó la cara. Arriba, las chicas reían. Al final acabarían llevándose bien, seguro.
-          - A ti te ha gustado ese chico –espetó de pronto Adela, observándoles cruzar la calle.
Ruth contestó rápido, por inercia, aunque nadie había aclarado si el comentario iba dirigido a ella:
-         - Qué va –se había sonrojado un poco, pero siempre le pasaba cuando se trataba de cosas así. Sus amigas eran mayores que ella y evidentemente tenían más experiencia en temas interpersonales. Ella aceptaba a la gente nueva con facilidad, sin pensar en nada más, y las demás se burlaban a menudo-. No. Parece simpático.
-         - Venga ya –la voz de Sofía llevaba tanto tiempo sin sonar que ambas se volvieron accionadas por el resorte de la sorpresa-. A todas nos ha gustado.
Oyeron llegar a Amaya y a su primo, que se deshacía en agradecimientos. Ella le pedía que parase, y le dejó claro que sólo era un favor.
-          - Mañana coges tus cosas y te buscas un piso o un cuarto o lo que sea. Aquí no te quedas.
-          Está sonando un teléfono.
-          - No me des largas. Mañana te vas –Amaya se estaba arrepintiendo de haber aceptado y se preguntaba si no podría echarle de nuevo a la calle, a dormir a la intemperie.
-      - No, joder, Amaya –se indignó él, poniendo los brazos en jarras-. Es en serio, ¿no lo oyes? ¡Chicas, un teléfono!
Ellas volvieron a entrar al salón. Era el móvil de Sofía. Se puso a rebuscar dentro del bolso enorme que había traído y cuando por fin lo encontró habían colgado.
-         -  Mierda. Se nos ha hecho tardísimo, tengo que irme.
Se había quedado pálida. ¿En qué estaba pensando? Había llegado allí para tirarse de un cuarto, sin pensar en nada más, porque el trabajo estaba mal, porque la economía estaba mal, porque el país y el mundo se estaban yendo al garete y les habían parecido motivos suficientes para querer bajarse del barco. Y había dejado el resto apartado a un lado, sin miramientos. Álvaro y planes de boda incluidos. Ahora él había llegado a casa y la había llamado, como solía hacer cuando no la encontraba allí, para preguntar si la esperaba para cenar. Se despidió sin muchos aspavientos y se marchó prometiendo que las telefonearía al día siguiente.

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