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lunes, 24 de enero de 2011

Asignatura pendiente

   Aquella mañana abrió los ojos demasiado temprano, y por ello no quiso salir de la cama hasta que la luz del día hubiera inundado toda la estancia en la que había despertado. Disfrutó aquella sensación mediodurmiente mientras transcurría lento el tiempo entre las sábanas tibias. No era aquella su habitación, pero a base de rutinas no le resultaba ya del todo extraño el pernoctar en un lado distinto a menudo. Agarró con fuerza el suave edredón de plumas y se tapó hasta la nariz, ocultando la boca y apretando con fuerza su cara contra la almohada, como cuando era niña y su madre le instaba a gritos que se levantara, que iba a llegar tarde a la escuela.
   Sin embargo, aquella mañana no había razones para fingir que seguía dormida o para no querer escuchar, pues no había ruidos ni mamá que la llamara ni olor a café que la animara. Miró el reloj y se dio cuenta de que si no se metía en esos momentos en la ducha, no llegaría a tiempo. Afortunadamente, tenía la ropa que había decidido ponerse preparada en la silla a los pies de la cama. Le dio risa al pensar que repetía algunas cosas de las que había hecho su madre algunos años atrás, casi sin pensarlo. Era curioso saber que estaba completamente sola y que, aún así, su modo de vida apenas había cambiado - y  si lo había hecho, era seguro para peor- en cuestiones domésticas. Saltó de la cama y, sumergida en el silencio que la acompañaba, se preparó para salir a su nueva vida.
   Le pareció graciosa la situación. De nuevo tenía que ir a la escuela, a su edad. Con casi treinta años volvía a rodarse de los libros, de los cuadernos, los bolígrafos que siempre manchaban los dedos y los estuches de colores. Pensaba que tenía que recuperar algunas "pendientes", pero no le faltaban las ganas. Tenía mucha ilusión por conocer a sus nuevos compañeros. Pensó que lo mejor para presentarse a sí misma aquel primer día de clases, sería hacerlo con una franca y grande sonrisa. Y es que tenía motivos para sonreír. Al fin y al cabo, volvían nostálgicos los recuerdos adolescentes -con la ventaja de ser una adulta y saber lo que le esperaba-; los pasillos llenos de aulas y alumnos ruidosos; la pícara conserje vigilando para que nadie se pase de la raya. La delató una mirada feliz dentro del reflejo de su espejo, como cuando te acuerdas de una travesura, alguna de esas que hacía tiempo que no hacía.
   Se había convertido en una maestra.

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