Aquella tarde templada de azul y luz -como una de tantas en la que el corazón la empujaba a jugar- se imaginó con él, comenzando de nuevo.
Pensó en las citas que tendrían, los paseos por el parque, perfectos, como en las escenas que tanto le gustaba ver en blanco y negro. Soñó con las mariposas en el estómago, en su vestido, en su pelo; él apartándolas con cuidado, para que no le dolieran demasiado las caricias de alas. Imaginó las tardes en su casa, o en su sofá, entre las almohadas, sus almohadas finalmente. Las películas y las charlas. La feliz y dulce rutina. Entonces pensó también en las listas de la compra, en la primera discusión y en arreglarlo después en la cama; en las lágrimas en el baño, en las treguas selladas con besos y en la pasión renovada. Pero, como les suele ocurrir a los corazones intrépidos, no supo parar a tiempo y se dejó arropar por la visión imparable y desenfrenada del desencanto, de sus miserias entre las sábanas. De los pelos llenando su lavabo y del vacío entre sus costillas; escuchó el portazo, sintió la ausencia en el espejo, en los cajones y en su colchón ligero de cargas.
Tras la despedida se sintió, de repente, infinitamente liberada.
Pensó en las citas que tendrían, los paseos por el parque, perfectos, como en las escenas que tanto le gustaba ver en blanco y negro. Soñó con las mariposas en el estómago, en su vestido, en su pelo; él apartándolas con cuidado, para que no le dolieran demasiado las caricias de alas. Imaginó las tardes en su casa, o en su sofá, entre las almohadas, sus almohadas finalmente. Las películas y las charlas. La feliz y dulce rutina. Entonces pensó también en las listas de la compra, en la primera discusión y en arreglarlo después en la cama; en las lágrimas en el baño, en las treguas selladas con besos y en la pasión renovada. Pero, como les suele ocurrir a los corazones intrépidos, no supo parar a tiempo y se dejó arropar por la visión imparable y desenfrenada del desencanto, de sus miserias entre las sábanas. De los pelos llenando su lavabo y del vacío entre sus costillas; escuchó el portazo, sintió la ausencia en el espejo, en los cajones y en su colchón ligero de cargas.
Tras la despedida se sintió, de repente, infinitamente liberada.
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