Aquella noche del 31 de octubre apenas durmió, eso es cierto. Fue a una fiesta con amigos y regresó sola a altas horas de la madrugada, a pesar de las amenazas sobre fantasmas y monstruos que la acompañarían de camino a casa por parte de los amigos, medio borracha y jugando a ser trapecista sobre sus tacones. Recorrió el pasillo, regándolo de las uñas postizas de bruja. Una vez metida en la cama, poco le importó ensuciar las sábanas con los restos del maquillaje de su disfraz de Halloween. Soñó con sombras y sensaciones extrañas, todo producto del alcohol y el desenfreno de la noche.
Cuando, a la mañana siguiente, se miró en el espejo del cuarto de baño, recién levantada, estaba perfectamente maquillada y con la manicura francesa hecha.