Comenzaron quemando las banderas y pronto vieron que, destruyéndolas a ellas, arrasaban también con la identidad, con la cultura, con las esperanzas, con una comunidad y con sus valores patrióticos. Por esta razón, siguieron quemando y destruyendo los edificios que se coronaban con esas banderas, las casas y coches oficiales o plazas que las lucieran, porque así mayor era la extensión del daño que causaban.
Lamentablemente, no tardaron demasiado en darse cuenta de lo fácil que era envolver a una persona en una bandera.
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